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EL AGUA VALE MÁS DE LO QUE CREEMOS

Nacimiento del Río San Juan. Departamento de Calingasta.

San Juan, 22 de Marzo de 2021

Por Pedro Luna

Lic. en Ciencias Políticas,

Doctorando en Ciencias Sociales, UNSJ

Comunidad Warpe del territorio del Kuyum

En el día de hoy, 22 de marzo, se conmemora el día internacional del agua, fecha que promueve el lema “los valores del agua”. Este día se sumó al calendario de efemérides internacionales con el objeto de promover la reflexión individual y colectiva sobre la importancia del agua como un bien natural común, no sólo para nuestras sociedades y actividades o para las generaciones futuras, sino también como un soporte fundamental de toda la dinámica vital que tiene lugar en la ecosfera.

Ahora bien, ¿cómo pensar los valores del agua en un escenario marcado por una hidropolítica regional fundamentalmente instrumentalista y extractivistas?

A lo largo de la historia de nuestra especie y en cualquier lugar del planeta, el agua ha constituido el elemento vital que dinamizó la integración de sociedades humanas. Así, cada cultura ha pensado y sentido al agua de forma singular, construyendo una red de símbolos, prácticas y creencias que reflejan las construcciones colectivas entorno a los dones del agua.

Para los pueblos de Abya Yala en general, y el pueblo Warpe en particular, el agua es un ser vivo, con quien se habla, a quien se le expresa afecto y agradecimiento. El agua es el alma y la sangre de la madre tierra. Permite la continuidad y regularidad del ciclo de la vida -a imagen del ciclo del agua- donde todo se repite y restaura. Esta circularidad supone al agua como contraparte del trabajo co-creador de la vida, con las plantas y los animales, del proceso sanador con los seres del mundo mineral, y también un vínculo de reciprocidad en la vida activa.

Ahora bien, de este otro lado de la frontera ontológica impuesta por el orden colonial, la historia hídrica de San Juan registra sus mayores impactos en épocas republicanas. Esas políticas hídricas han marcado el territorio con vergonzosas huellas: el desastre del dique los Cauquenes, cuyo embalse desmejoró las aguas y varias especies vegetales no volvieron a crecer nunca más en la Ciénaga y el valle de Huaco; la brutal desertificación de Huanacache, el gran humedal cuyano sacrificado luego de la construcción del Dique de Ullum, donde, por un lado, no se previó un caudal ecológico y, por otro lado,  el avances de las cárcavas provocadas por la erosión retrocedente, hundió el lecho del río que lo alimentaba esporádicamente y vació los cuerpos lagunares para siempre. Este siglo comenzó con la contaminación industrial minera que dañó el lecho del Río Jachal y alteró toda la limnología de esa cuenca nacida en la alta cordillera. Y, más recientemente, con los nuevos embalses sobre el río San Juan, se sacrificaron los humedales del Medanito, del Médano de Oro, el Dique Bello y el Arroyo de Agua Negra que separaba los departamentos de Rawson y 9 de Julio. Las cuencas de estos últimos humedales disecados se quemaron íntegramente en unos prolongados incendios subterráneos que consumieron los milenarios cuerpos vegetales de la turba donde otrora emergía el agua.

Zona calcinada del antiguo humedal disecado del Medanito. Departamento de Rawson.
Relicto del gran humedal en Huanacache, el Encón.

Por ello pensar el agua en este punto del territorio cuyano es un desafío. Dicho ejercicio implica transitar las memorias negadas y recorrer los espacios espectrales del agua, es decir, aquellas zonas sacrificadas por el modelo hídrico vigente en San Juan, en cuyo corazón anida la idea de que el agua es solo un recurso y nada más.

Hannah Arendt, pensaba que el valor, presentado como valor de uso, invisibiliza otros aspectos fundamentales del valor, puesto que «valor es la cualidad que una cosa nunca puede tener en privado, pero que lo adquiere automáticamente, en cuanto aparece en público». Podríamos decir desde aquí que transitamos un umbral de la política pública local, pues el régimen hidropolítico vigente -construido históricamente sobre la perspectiva del valor de uso del agua- genera distorsiones del régimen hídrico, destruye ecosistemas enteros y provoca daños a las comunidades que habitan los territorios sacrificados, estos últimos son insostenibles en tiempo de crisis ambiental.

Por lo tanto, imaginar una política pública orientada a restaurar el equilibrio del régimen del agua en nuestros territorios implica asumir el agua-valor ecológico, disponiendo de caudales suficientes para regenerar los espacios y ecosistemas impactados por la desertificación antrópica, asegurando la intangibilidad de las vegas alto andinas, los glaciares y zonas periglaciares y la conservación activa de los humedales que aún existen en los distintos valles del territorio de la actual provincia de San Juan. Esto también incluye el diseño de políticas orientadas a contener los efectos de eventos hídricos excepcionales asociados al cambio climático, ya sean sequías o inundaciones.  Por otro lado, el agua-valor para la vida humana, implicaría asegurar el acceso universal al agua con fines alimentarios e higiénicos, bienes fundamentales para combatir las amenazas a la salud pública originadas por la pandemia actual u otras futuras.

Vegas altoandinas. Cordillera de Ansilta. Departamento de Calingasta.

El agua-valor para la producción, demandaría el desarrollo local de un sistema pluridisciplinar de ciencias y tecnologías del agua, que investiguen opciones para la transformación del sistema productivo centrado exclusivamente en la acumulación de capital, por uno centrado en el desarrollo de las cualidades ambientales de nuestros suelos para la producción de alimentos sanos y el desarrollo e implantación de industrias de baja huella ecológica. Se asegura así, de este modo, el tránsito de un sistema de producción agroindustrial a un modelo agroecológico multiescalar de bajo consumo de agua, y la implantación de un modo de producción industrial activamente monitoreado en el manejo del agua, de otros insumos y desechos. 

El agua-valor institucional, supone el diseño de políticas expansivas que mejoren los órganos públicos de manejo del agua, una transición de modelos coloniales de gestión autoritaria de las elites o grandes usuarios, a modelos de gestión democratizantes, que incluyan todas las formas de relación y uso con el agua, todas las instituciones con derechos e intereses, organizadas en torno al agua como bien natural común, digna de conservación y respeto. Reformar las normas del agua y reconstruir el Departamento de Hidráulica- desguazado en distintas administraciones siguiendo el mandato neoliberal de menos estado- es una medida fundamental para una nueva política del agua en nuestra provincia.

El agua-valor para las culturas que habitan nuestros territorios, supone asumir las distintas formas de relación con el agua por parte de los pueblos Warpe y Diaguita y de toda la sociedad sanjuanina, con énfasis en el respeto a los sitios sagrados del agua como el Ciénaga de Zonda, la vertiente de Agua Hedionda en Huaco, los baños de Talacasto o la Laja, por nombrar algunos; el respeto a las aguas de promesantes en la Difunta Correa y, en otro plano, la restauración de la tradicional Chaya de Carnaval, prohibida en los años ochenta. Asimismo, implicaría considerar aquí el derecho al agua como espacio de ocio colectivo, un aspecto poco desarrollado en términos de infraestructuras públicas y accesibles, pero bien tipificado como delito por el ordenamiento jurídico, que prohíbe bañarse en los ríos y canales en una provincia como la nuestra de veranos calientes.

Resta mencionar aquí, la contracara del valor, quizás el agua-disvalor, que supone considerar aquellas actividades y políticas que contaminan el agua, aquellos que se apropian del agua en su beneficio privando a otrxs de sus derechos. El agua vista como disvalor supone asumir y reprimir activamente los delitos contra el agua, que van desde los derrames de las grandes industrias contaminantes, la contaminación con agrotóxicos de aguas y suelos destinados a la producción de alimentos, la contaminación provocada por los vertidos de plantas cloacales defectuosas o insuficientes, hasta las acequias atestadas de botellas plásticas y animales muertos. Todo estos, son delitos contra la integridad del agua. Cabe mencionar que esta perspectiva no supone un catálogo de verdades, por el contrario, es un ejercicio de pensamiento reflexivo y crítico de las formas en que habitamos nuestros territorios.

La invitación de Naciones Unidas para conmemorar el Día Internacional por el Agua este 22 de marzo, nos interpela a todes, a las personas y a las instituciones respecto a los valores del agua. Sin embargo, conmemorar no basta, pues nada habrá de valor sin la construcción de propuestas activas de educación ambiental formal, informal y permanente, participativas e integrales, que sea capaces de bucear en las zonas más profundas de la ecología política del agua que tiene lugar en San Juan.

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