POÉTICAS TRABAJADORAS

 Listo, desenchufa, terminó la semana y vos ya no trabajas más o sí, pero sólo mediodía, así que dale, relaja y donde estés disfruta esta nueva entrega de POÉTICAS TRABAJADORAS.

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Por: Beatríz Zuru – Columnistas

 

  Mujer que sale a mojar ladrillos

 

    Hoy les hablaré de Gabi. Ella tuvo un dolor pequeño una noche. Voy a hablar en primera persona porque hacer de intermediaria me suena peor que arrogarme una voz y un registro. Trataré de ser fiel a lo que escuché desde la otra camilla y al eco que se me quedó.  

 

Mi papá es albañil. Mis tíos también. Cuando conocí al que hoy es mi marido (una forma de decir, porque no nos casamos) él no sabía nada de construcción. Y él siempre dice que le enseñó mi papá. Yo siempre les voy a ayudar y siempre la gente me mira las manos. Yo también me las miro pero a mí me gustan. Pensaba que el día que tenga que cuidar a un bebé lo voy a hacer mejor que las otras que tienen las manos chicas. Tengo las uñas largas y duras. Me gustan mis manos. Sé de albañilería. Tengo los contactos de los mejores ladrilleros. Sé quiénes te descargan a mano. Sé a quién encargarle la arena, el ripio y la piedra. Sé a dónde tienen a mejor precio el hierro y sé que las herramientas se compran en las ferreterías sin tanto cartel. Pero no sabía que no puedo hacer planos. Porque ya se me deshizo un bebé. Un día en una obra se me destejió.

Ese día barrí, acarrié, alcancé, cargué y descargué. Agilicé, ahorré, esperé. Estuve mucho parada. Hice pilas de ladrillos. Los mojé, los alcé y se los acerqué a él. Agua, arena, ripio, piedras enormes. Baldes a mi papá, baldes a mi marido. Hice con la cuchara que todas las líneas fueran más bonitas. Es como decorar una torta les dije, pero ni se rieron. También estaban muy cansados. Acomodaba rápido las caras lindas y volvía a pasarle los ladrillones para que ellos levantaran esa pared presupuestada. Pero no pude tocar la regla, ni llenar las columnas. Después lavé la carretilla, los baldes, las palas, las cucharas. Cociné y lavé de nuevo. Hice de tablón hasta quedarme media dormida. Pero los hilos se me estrujaron y se fueron rojos entre las piernas y la cola. Adentro mi bebé se desarmó. Después llegué a la guardia y vinieron las agujas en las vértebras y el crrrajjj del raspado y más hilos. Tengo olor a carnicera.

Ahorá sé también que el martillazo del frío y la cal no duelen tanto. Ojalá se acuerden de mojar la pared. Ojalá no llamen a otro ayudante. ¿Usted ha trabajado en la construcción, doña?

 

Le mentí que no. Me miré las manos y lloramos cada una en su camita.

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