El (re)nacimiento de una nación: el resurgimiento de los nazis en EEUU y la marcha sobre Charlottesville.

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Hace 107 años el director D.W. Griffith estrenaba The Birth of a Nation, pieza fundacional del cine estadounidense. A través de la historia de las familias Cameron y Stonewall, el legendario director construyó una verdadera obra de revisionismo histórico en formato cinematográfico, donde la Guerra de Secesión no se dispara tras el asalto de las tropas Confederadas a Fort Sumter en abril de 1861 sino debido a una decisión casi caprichosa de Abraham Lincoln. El momento climácico de la película se produce cuando el Ku Klux Klan aparece espectacularmente en escena para tratar de recuperar el paraíso sureño perdido, ese que -según la narrativa del largometraje- los políticos unionistas y los esclavos libertos destruyeron tras el fin de la guerra.

Probablemente no muchos de los supremacistas blancos, neonazis y apologistas de la Confederación que el 12 de agosto tomaron la ciudad de Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, hayan atravesado las más de tres horas que dura la magnum opus de Griffith, pero ciertamente se encuentran más que familiarizados con las actividades del Ku Klux Klan. Oponerse a los intentos por remover una famosa estatua del General Lee que se encuentra en la ciudad fue la excusa inicial para convocar la manifestación, pero rápidamente la consigna viró hacia un concepto más ambicioso: Unite the Right, unir a la derecha.

La dicotomía bipartidista estadounidense ha comenzado a mostrar signos de resquebrajamiento durante los últimos dos años. Los tradicionales partidos Demócrata -liberal/progresista- y Republicano -conservador- se han visto incapaces de contener a una serie de identidades emergentes que pujan por ocupar un lugar en el espacio político estadounidense. Entre estos grupos resulta particularmente llamativo el caso de la Alt-Right, “derecha alternativa”, nombre que sus propios adherentes escogieron para presentarse en sociedad. Se trata de una miriada de grupos y grupúsculos de extrema derecha racista y xenófoba. Algunos de larga data, como el Ku Klux Klan y el Partido Nazi Americano. Otros nacidos en plena era de las redes sociales, a fuerza de memes y anonimato virtual.

No es novedad que el racismo organizado exista en Estados Unidos, en particular dentro de los estados sureños que otrora dieron vida a la Confederación. Sin embargo, los hechos de Charlottesville llevaron la cuestión a niveles no vistos desde las décadas de 1950 y 1960, cuando los racistas se manifestaban abiertamente en contra del Movimiento por los Derechos Civiles y el fin de las leyes segregacionistas. Varios elementos ayudan a entender la causa de ese empoderamiento.

La victoria de Donald Trump en las presidenciales de 2016 ciertamente contribuyó al crecimiento de la derecha racista. Por supuesto, no toda la base de apoyo a Trump es racista y simpatiza con el Ku Klux Klan, pero los llamamientos xenofóbicos de su líder contribuyen a exacerbar las tensiones raciales del país día a día. Sumado a esto, Trump en ningún momento rechazó el apoyo de figuras racistas reconocidas como David Duke o Richard Spencer, ambos parte de la organización de la marcha sobre Charlottesville. Trump no defiende ni condena a estos actores porque entiende que representan a parte considerable de su electorado, al menos en los estados que le dieron la victoria electoral. Estados donde la población blanca es abrumadoramente mayoritaria y a su vez ha sufrido el golpe de la globalización económica y la destrucción acelerada de puestos de trabajo industriales. Mantener silencio es la forma de consentir una alianza tácita con estos sectores.

Pero los hechos de Charlottesville se salieron de control. Fueron los activistas del colectivo Black Lives Matter -organización que denuncia la brutalidad policial contra los negros- y los militantes antifa quienes reaccionaron primero a la presencia de los supremacistas blancos. Mucho antes que la policía, a pesar de que varias de las organizaciones de la manifestación racista son consideradas ilegales. Se produjeron choques entre los grupos y al atardecer uno de los racistas arrolló con su auto a decenas de contra-manifestantes. Una mujer murió y varias personas terminaron hospitalizadas.

La respuesta inicial de Trump, en línea con su posición desde tiempos de campaña, fue condenar la violencia “de ambos lados”. Repetida operación que equipara a grupos que pregonan la limpieza étnica con otros que sencillamente se oponen a que eso suceda. Sin embargo, el grueso de la opinión pública se volcó claramente en contra de los supremacistas blancos, al punto que hasta dos popes del Partido Republicano como John McCain y Mitt Romney criticaron a Trump por no haber condenado enérgicamente a los organizadores de la marcha sobre Charlottesville.

El mayor coletazo de lo sucedido aquella jornada llegó el 18 de agosto, con la noticia de que Steve Bannon fue removido del gabinete trumpiano. Bannon, estratega del gobierno y especie de ministro plenipotenciario, era la figura más explícitamente vinculada a la Alt-Right. En su largo currículum resalta haber sido uno de los motores de Breitbart News, sitio de noticias predilecto de la extrema derecha estadounidense, así como también haber redactado la orden que prohibió la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes. Su caída es el fruto de una larga serie de internas palaciegas, pero también una una señal inequívoca de que Trump busca distanciarse de las figuras más extremas de su base. Esto, antes que nada, porque el gobierno ha comenzado a percibir que su presencia incomoda hasta a los votantes de derecha dura pero no necesariamente racistas.

Resta ver cuál será la reacción de los supremacistas blancos frente a la caída de Bannon. Es posible que estos sectores evalúen la jugada como una traición de parte del gobierno bajo el cual se han sentido más representados en décadas. Y en ese sentido merece notarse que entre 2008 y 2016, 113 de los 201 ataques terroristas registrados en Estados Unidos fueron cometidos por hombres blancos de extrema derecha. El Estado Islámico deberá esforzarse para alcanzar esa cifra.

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