Se cumple un quinto aniversario de la convocatoria por #NiUnaMenos. Ese 3 de Junio de 2015 fue un punto de inflexión en el movimiento feminista argentino. Hemos ganado en visibilidad y conciencia, y hemos conquistado un Ministerio nacional de la Mujeres, Géneros y Diversidad, pero la actual situación sanitaria nos obliga a repensar los desafíos.
El 3 de junio del 2015 es sin dudas un punto de inflexión en la historia del movimiento feminista argentino. Desde finales del 2012 los crímenes de odio hacia las mujeres llevan el nombre del femicidios en nuestro código penal. Ponerle el nombre que correspondía fue sustancial para dar la batalla cultural en los medios de comunicación.
No había pasión en esos femicidas, había odio, había maltrato, y ante todo, había patriarcado. A medida que tomábamos conciencia sobre el detrás de escena de estos crímenes, las coberturas sobre los mismos tomaban notoriedad. Se empezó a polemizar la revictimización, el cuestionamiento a qué hacía, donde estaba o qué llevaba puesto la víctima, empezamos a enojarnos. Y seguíamos contando muertas.
Ese año hubo una seguidilla de casos conmocionantes en nuestro país, uno de los que actuó como disparador fue el caso de Chiara Paéz, una adolescente de 14 años, quien había quedado embarazada y fue asesinada a golpes por su novio y su crimen encubierto por la familia de este.
Un tweet de la periodista Marcela Ojeda convocaba a organizarse y romper el silencio al respecto: “¿No vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”. La respuesta fue veloz y masiva. Al poco tiempo las consignas “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”, y la convocatoria para el 3 de Junio circulaba por las redes sociales.
Hasta ese momento las movilizaciones feministas no eran masivas, las jornadas de lucha por el 8 de marzo o el reclamo por el aborto legal tenían lugares secundarios en las agendas mediáticas (y de muchos partidos y movimientos políticos). Esta agenda les pertenecía a “las mujeres” y costaba entender al feminismo como un posicionamiento político transversal a toda la estructura social.
Ese 3 de junio cambiaron muchas cosas. Ese día nadie sabía bien qué esperar. Una convocatoria aparentemente masiva en redes, organizada principalmente por comunicadoras sociales y periodistas, donde las estructuras políticas tradicionales jugaban un rol completamente secundario, con nulos esquema de seguridad. Pero con una consigna clarísima: no queremos que nos sigan matando.
Si bien nadie podría oponerse a la sencilla idea de que las mujeres somos seres humanos y que no merecemos morir en las manos de un varón, a la idea de que nuestras vidas valen; nadie sabía de antemano qué poder real de concurrencia iba a tener la convocatoria. Tampoco sabíamos cómo nos iba a atravesar ese día.
Ese día se podían ver las calles desbordadas, miles de pancartas con fotos y nombres. Las ausencias estaban más presentes que nunca. Ninguna pudo evitar llorar. Había dolor, hartazgo y compañeras nuevas. Había cuidado mutuo. En medio de todas esas emociones alborotadas, las compañeras de más extensa militancia feminista, estaban conmovidas, desbordadas, con la satisfacción de ver masificarse ese trabajo de hormigas que construían desde hace mucho tiempo. Como ellas hubo tantas otras.
Ese 3 de junio nos desbordó a todes para siempre. Había un movimiento que emergía y se hacía presente. Estábamos cansadas, hartas, heridas, violadas, violentadas, asesinadas, maltratadas y acosadas. Pero ese día (por primera vez para muchas de nosotras) nos vimos juntas. Renovamos la energía. Nos abrazamos y transformamos ese odio y ese dolor en motor de cambio.
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Si bien ese primer Ni Una Menos no se declamó abiertamente feminista, si lo hizo su espacio organizador al poco tiempo. Luego de ese 3 de junio, las acciones de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito (que recientemente cumplió 15 años), comenzaron a masificarse, al punto tal que conseguir los pañuelos verdes era cada vez más complicado. Todas querían uno. El pañuelo hermanaba, como hermanó ese abrazo colectivo en aquel primer 3J. Era un símbolo que ubicaba a todas en un mismo lugar, en un mismo espacio, más allá de las tradiciones políticas y etarias. Nos identificabamos la una en la otra, aprendimos a reconocer los signos de la opresión patriarcal y reconocimos los efectos de esa violencia en nuestros cuerpos, en nuestra historia.
Diseñamos nuevas viejas estrategias de organización, y nos encontrábamos en asambleas abiertas para discutir y construir de manera conjunta nuestras luchas. Las movilizaciones feministas excedieron a la idea de “movimiento de mujeres”, nos volvimos amplias y plurales. Y también masivas. La agenda feminista tomó relevancia pública y política.
Este 3 de junio, el sexto, nos encuentra bajo en aislamiento social, preventivo y obligatorio. Pero quedarnos puertas adentro no encierra nuestras demandas. La pandemia visibilizó lo que siempre denunciamos: el enemigo está en casa.
Los femicidios no son casos aislados, son el resultado de un sistema opresor exitoso. El aumento de llamadas que recibe la línea 144 lo hace visible, pero la constancia de casos lo demuestra. La cuarentena lo expone.
Con el aislamiento, los delitos por razones de género se mantuvieron estables. Fueron los únicos que no decrecieron. Esta cuarentena dejó al descubierto que la pobreza tiene cara de mujer, que somos quienes tienen los empleos más precarios, que somos quienes nos ocupamos de las tareas de cuidado cotidianas.
También somos las trabajadoras esenciales que sostenemos todo. La pandemia visibiliza no solo las desigualdades económicas, sino también el acceso desigual a la salud, y las problemáticas habitacionales que se vienen denunciando desde años.
Hoy, haber conquistado el Ministerio Nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad adquiere una valoración completamente distinta. Es nuestra herramienta para visibilizar todo este entramado de violencias y opresiones que venimos denunciando. Que nuestras demandas tengan rango ministerial no es poca cosa, ya que le da una autonomía relativa para la acción y le permite la articulación que requiere esta problemática, que es trasversal a los distintos aspectos de nuestra vida, a la vez de que le otorga jerarquía dentro del poder ejecutivo.
Hoy contamos con un Ministerio que amplió los canales de atención y contención para quienes sufren violencia de género, que trabaja sobre la concientización de la distribución desigual de las tareas de cuidado, que difunde los derechos ya adquiridos (como el parto respetado) para que no nos los puedan negar.
Un Ministerio y una ministra que se propone visibilizar las desigualdades en las que vivimos, y que se preocupa y ocupa de comenzar a desandar este entramado patriarcal que nos somete. Por eso, en medio de esta crisis sanitaria vemos aún más urgente y necesario sostener el reclamo por el cupo laboral trans, por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, por romper el techo de cristal, destruir el suelo pegajoso, por nuestro derecho a vivir nuestras vidas libres de violencias, por nuestro a derecho a parir como queramos y sólo si queremos, por valorizar nuestros deseos. Ya no nos callamos más.