La mayoría de las veces nos pegan chicles nacidos como lunares malignos. Nos escupen ¡así en seco! Nos escupen y es porque no les da la lengua para que la baba hedionda llegue hasta la banquina o hasta el cordón siquiera. Más triste es cuando de tanto barrernos, vamos quedando peladas, petisas, por abajo de las casitas y con huecos grises en los vientres. Somos todo vientre. O una gran mejilla. Un cachetito que, ya se imaginarán, reluce de buen brillapiso o de que lo amasen las patinetas con ritmo y cosquilla. A veces, alguna kiosquera o verdulera, nos peina y dibuja con escobas en estado crítico muchas serpientes que huyen del balde con cloro. Ese juego nos hace bien.
Siempre es lindo en primavera despertarse con el cotillón de pelotitas de plátano o moritas o pimiento musiquero. Sabemos que la gente se disgusta. Nos gusta que así sea y afirmen “no paso más por esta calle de mierda”. La gente está mal de la coherencia.
El otoño no es de fiar. Porque es el árbol el que decide y el viento acompaña ocultando el teje y maneje. No sé bien cómo es, pero seguro, es una movida biopolítica. Ellos de pie, mientras más gordos y altos, mejor; junto a la calle, mirádonos desde un cielo extraño. Los de los coches les hablan y hasta agradecen, a una no le hablan nunca y eso que nosotras vamos de panza, pagando no sé qué promesa. O poniendo la cara, conteniendo por todos lados la serpiente negra y caliente del pavimento.
Pero también… no hay que ser injusta. Hay momentos de gloria en el otoño. Las señoras que me limpian… Bueno también momentos de primavera, esto me da mucha risa… Decía que las chicas que trabajan fregando para gente que no les importamos, maldicen lo que pasa con el tiempo y los árboles. Aunque deban trabajarme a mí, los insultan a ellos. Es gracioso. Qué paz…
Hay, por ahí, hasta momentos de milagro. Fue el viernes. Mi agradecimiento va para la desmemoria municipal, las baldeadoras despiadadas y las raíces (aunque las odio con la planicie de mi alma). Va mi reconocimiento para ustedes, chicas.
Era un viejo de esos que envidia a los niños que salen de la escuela a la hora que él va al banco. Era un viejo de esos que a cualquiera le sale con el cuento desteñido y derechito del grafiti nuevo. Era un viejo de esos que se arrima y apoya en las mujeres en la fila del cajero. Es un viejo de esos que cree que debe pegarle con el bastón a la chica que me limpia. Fue el viernes el tropiezo desteñido, fue de noche el derrumbe derechito. Yo, para que no se rompa el viejo, me hundí con él. Que no sufran sus rodillas, ni las caderas sucias con que golpea a la chica que me limpia. Hice algunas baldosas blanditas. Que no se lastime, ni tenga dolores: la chica que me limpia trabajaría doble. Pero su caída no pude evitarla. Fue culpa del tiempo, ya lo dije. Nadie pudo evitar su caída y un poquito más allá las baldosas no fueron blandas nunca más. Había un puente, de cemento, áspero y lleno de cráteres. Ahí explotaron lentes y dentadura.
O se tranquiliza, o no lo dejamos pasar más.
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