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POÉTICAS TRABAJADORAS

Llega la segunda entrega de nuestra columna literaria de cada semana. Los y las dejamos para que disfruten.

 

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Por: Beatriz Zuru – Columnista

 

 

ESTHER, señora de Boutique

 

Esther no se llama Esther. Como no podemos exponerla le sublimo el rostro retóricamente, ojalá se note y no tanto. Fabiana hace más de quince años que trabaja para una de las familias más pudientes de la provincia. Sí, trabaja para ellos. No para ella, ni para la familia propia. Elvira, trabaja para la dueña de la Boutique, ubicada en un punto estratégico de la acumulación capitalista sanjuanina. La dueña, pongamos que se llama C.B. de P., no se llama así, pero pongamos por caso, la dueña, les decía, hace quince años le paga lo mismo por hora a Laura. A Laura no la dejan hacer paro, ni tomarse los feriados. C.B. de P. le paga en mano, o sea ilegalmente, si las reconocidas damas de la alcurnia local o exitosas profesionales del ámbito mencionado, cancelan deudas o llevan su baúl llenito de bolsas de cartón blanco perfumadas. A veces, como las señoronas pizpiretas salen felices y tienen ganas de conversar, Melisa tiene que quedarse en la calle de apellido compuesto y en las inclemencias climáticas de cualquier época a esperar que las señoras charlen unos varios minutos y arranquen dejando sus méndigos Rocas moraditos. A Victoria no la dejan hacer paro, ni tomarse feriados, ni pedir aguinaldo, sí la dejan tenerle la vela a cuánta vieja se le antoje jugar con el tiempo de las demás. A veces Victoria tiene que abrazar y escuchar a su jefa que sufre, porque tiene marido malo, hijos malos, amante malo y mucho mucho dinero malo que la expone ante las malas lenguas y los peores huracanes de envidia. Lidia consuela y aconseja a su jefa que con la excusa de la dieta de cereales y carne se pedorrea delante de ella. Andrea tiene que fumarse también los eructos y el olor a telo que su patrona trae porque a Andrea no la dejan hacer paro, ni tomarse los feriados, ni pedir aguinaldo, ni tener el aumento estipulado cuando decide ser mamá. Malena tiene que limpiar el local, remarcar los precios de prendas viejísimas, aguantar el sudor y el desprecio de la Madame Apellido-de-Político-Corrupto porque Liliana, que trabaja en la Boutique fina desde hace quince años, es rehén de esa familia de negocios. Cecilia no se llama Margarita. Camila no puede exigir dignidad porque se queda sin sueldo y ni hablar de aportes mínimos, o vacaciones con esperanza de regreso… está expuesta, flaca, plastificada, con la sonrisa de vitrina de 9 a 13 y de 17 a 21 horas, de lunes a sábados, también domingos y feriados, o si salta la alarma y la señora está viaje en algún lugar hermoso.

 

Anita enviudó a los 42. Anita tenía una chorrera de niños chicos y vivían de prestado en una bodega. A Anita el patrón la acosaba cuando quería. Hasta que un día Anita amenazó con el filo para los carneos y el patrón le tiró unas bordalesas de indemnización. Anita revendía vino. Le echaba agua y revendía más. Gracias Anita, porque entonces Esther, ya sabe lo que tiene que hacer.

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