La final de dobles femenina del US Open que se jugó en agosto de 1977 marcaría un punto de inflexión en la lucha por la igualdad y los derechos LGBT en el ámbito deportivo. Renée Richards, quien en ese momento se convertía en la primera tenista trans en jugar la final de un certamen de elite en la categoría correspondiente a su identidad de género autopercibida y reconocida por la Corte Suprema de Nueva York.
Hemos conseguido grandes avances en materia de reconocimiento para nuestra comunidad desde aquella “victoria fuera de los courts” de Richards. Sin embargo, el camino a recorrer para transformar la igualdad jurídica en igualdad real es aún tan sinuoso como resbaladizo. Sobran las situaciones en las que los derechos reconocidos legalmente son vulnerados en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana; y el deporte es de las actividades e instituciones sociales más resistentes a introducir modificaciones que incluyan y promuevan la diversidad. No es sencillo cuestionar las bases de una actividad tan tradicional y conservadora y que a su vez despierta las más grandes pasiones. Por eso es necesario abrir el debate y cuestionar ciertas reglas que vulneran los derechos de todas las personas.
Como práctica social tradicionalmente masculina, el deporte se ha construido a lo largo de la historia desde una cosmovisión machista y heteronormativa. El propio fundador del olimpismo moderno, Pierre de Coubertin, sostuvo hasta su muerte que era un bien excluyentemente de hombres. Recién en 1920, 66 años después de los primeros Juegos Olímpicos Modernos, la actividad deportiva femenina fue reconocida oficialmente por el Comité Olímpico Internacional, órgano que nuclea a todas las federaciones y asociaciones deportivas del mundo. Hoy por hoy, luego de largo tiempo de debates y negociaciones tan deportivas como políticas, el movimiento olímpico incluye dentro de su plan de trabajo la perspectiva de género, pero sólo entendida como política orientada a incluir a las mujeres cisgénero.
Ahora bien, el machismo y heterosexismo se manifiestan tanto en el plano de la alta competencia como en el juego social: las expresiones homolesbotransfóbicas son moneda corriente en cada uno de los lugares donde se practican. Por otro lado los avances en materia de inclusión de personas LGTB en otros ámbitos sociales no se presentan de igual manera en el campo deportivo. Tanto en el plano nacional e internacional, es posible identificar infinidad de hechos discriminatorios que estigmatizan a aquell*s atletas que no se adecuan a los parámetros deportivos heteronormados. Es necesario reflexionar sobre aquellas reglamentaciones deportivas que en lugar de reconocer la diversidad y promover la igualdad, solidifican las diferencias y las desigualdades y crean así sujet*s con más derechos que otr*s. Todas las instituciones deportivas responsables de respetar las normativas y de trabajar desde una perspetiva inclusiva e igualitaria también deben ser cuestionadas y desafiadas como garantes de los derechos humanos LGBT
Fuente: 100% diversidad y derechos