La palabra, siempre acostada pero despierta, será el cociente de los sueños. Y la cocina sucia de la soñante. Mislenca Se?onla
Mi casa huele a cloro y vinagre. Las cortinas se agitan y empujan nubes para mí. Es como el perfume de un confesionario: expiación, ofrenda y ascensión.
Lo feo se fue y me queda la belleza del olvido. Pequeñeces informes llenaban el suelo y ahora no son más que un recuerdo diluido. Siento los dedos ásperos. Solo a mí misma me debo la fraternidad entre el trapo de piso y las palmas de mis manos.
Esponjas. Fenómeno asombroso que no trabajaré en explicarme. Solo confío en su acción verónica.
Me arden un poquito las cutículas pero está mejor así, no es ardor de llama ni vapor sino de polvo. Polvo blanqueante, blanqueador, blanqueativo. Después me van a doler las articulaciones y las mamas. Pero es buena señal. Me indicarán esos calambres que succionaron y supe responder. Desde las costillas hasta los pezones, nutrí.
Soy la señora de un génesis. Lo que debe estar sin luz, sin luz está. Lo que debe relucir es porque mi tenacidad lo buscó. De mi propia cosmogonía soy diseñadora. Todo en su lugar. Girando a su tiempo o estacionado hasta que diga “necesito un repasador oscuro, voy a usar el cuchillo de pelar, tal deseo requiere de tal escoba”. O “usaré medio metro de papel”.
Todo es un cosmos a estrenar.
Sé que cuando me acueste, cansada el doble, el olor a limpiamueble desde la mesita de luz me va a ungir.
Ahora mismo el té se me mezcla con algo amargo. Son adherencias químicas en la garganta: detergentes, desinfectantes, fragancias de flores y frutas que no conocemos. Una primavera semanal en mis mucosas. Estamos en equilibrio.
Me cepilla la cabeza un silencio danzante. Me echo en la silla y respiro. Hay un reloj natural en el ritmo de los platos y la ropa escurriéndose.
Yo, Aldonza Quijana, buena entre las buenas, focalizo la coreografía inmóvil de esta casa para escribirla, más tarde.