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EL PENSAMIENTO ECONOMICO DE BELGRANO

San Juan – 20 de Junio 2020

Por Silvina Ojeda – Lic. en Historia UNSJ

El Decreto Presidencial 2/2020, publicado en el Boletín Oficial el 3 de enero de este año, establece el 2020 como el “Año del General Manuel Belgrano”. A 250 años de su nacimiento y 200 años de su muerte, rememorar su pensamiento nos hace reflexionar sobre el presente de nuestro país. Manuel Belgrano, además de un abnegado héroe que lo dejó todo por defender a la Patria, fue un economista revolucionario y a la vez pragmático ¿un “keynesiano” anticipado más de un siglo?

El 3 de junio de 1870 nacía en la ciudad de Buenos Aires Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y moría en la misma ciudad el 20 de junio de 1820, cuando el Estado Nacional Dictatorial se disuelve dando el paso de las Intendencias a las Provincias Autónomas, las cuales comienzan a transitar el camino del federalismo.

En la historia oficial que hasta hace no muchos años atrás estudiaban los niños y jóvenes en la escuela, Belgrano es recordado como el creador de la bandera y la fecha de su deceso es determinada como el día de la enseña patria. Destacan su muerte en la miseria haciendo gala de la misma como ejemplo de virtud porque, como él mismo lo planteaba, “se debe vivir y morir como pobre para no disputar los privilegios de la élite”.

Pero sus aportes a la historia de nuestro país son muchos y en variadas áreas. Fue un hombre destacado en la vida cívica, económica, social y cultural de las Provincias del Río de la Plata, adelantándose a las ideas sarmientinas de educación, como derecho soberano tanto para los niños como para las niñas. Es considerado el primer economista argentino, aunque estudió Derecho, en las universidades metropolitanas. La carrera de Abogacía comprendía por entonces Economía y Leyes, y de hecho, la Economía era un capítulo privativo del Derecho.

Enviado por sus padres a Europa, Belgrano estudió en Salamanca y Valladolid, donde tomó contacto y adquirió enorme entusiasmo con la bibliografía económica imperante en la época. Tuvo acceso a la Economía Política en una academia extracurricular fundada en la Universidad de Salamanca, y participó de cuanta tertulia debatiera los pensamientos económicos de avanzada del momento.

En los tiempos actuales, donde el campo asociado con las agroexportadoras plantea políticas de privilegios con respecto a otras actividades económicas  ? a pesar de sus millonarios dividendos ? , es necesario recordar a quienes fueron forjadores de nuestra libertad e independencia.

Por fuera de los aspectos políticos generales, las ideas económicas de Manuel Belgrano para la nación en cierne eran del todo revolucionarias e innovadoras.

“Si la riqueza de todos los hombres tiene origen en la de los hombres del campo, y si el aumento general de los bienes de la tierra hace a todos más ricos, es de interés del que quiere proporcionar la felicidad del país, que los misterios que lo facilitan se manifiesten a todas las gentes ocupadas en el cultivo de las tierras y que el defecto de la ignorancia tan fácil de corregir, no impida el adelantamiento de la riqueza”, argumentaba para aludir elípticamente al fomento de la educación formal.

El país naciente debía “invertir la ecuación consolidada, abandonar la importación de bienes elaborados y comprar materia prima en el exterior para manufacturarla en el interior”; la verdadera ganancia provenía del valor agregado por la elaboración previa de los sobrantes de la tierra para su exportación ulterior.

“Hay que darle trabajo a la gente. […] No exportemos cueros: exportemos zapatos”.

Fue de este modo también un gran defensor de las pequeñas industrias consideradas necesarias para la generación de trabajo. Esta fue una de las ideas más innovadoras de Belgrano: “Ni la agricultura ni el comercio serían, así en ningún caso, suficiente a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria; porque ni todos los individuos de un país son a propósito para desempeñar aquellas dos primeras profesiones, ni ellas pueden sólidamente establecerse, ni presentar ventajas conocidas, si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una, y materia y pábulo a la perenne rotación del otro: cosas ambas que cuando se hallan regularmente combinadas no dejarán de acarrear jamás la abundancia y la riqueza al pueblo que las desempeñe felizmente.”

La historia revela el futuro de la voluntad de la aristocracia criolla que asumiría un rumbo extractivista industrial muy diferente, asentada en la explotación extensiva, pasiva y limitada a la producción de materia prima –resumida en cereales y vacas–, y cuyo comercio exterior quedaría concentrado también en manos transnacionales.

Un razonamiento que adelantaba más de un siglo por entonces, y que aún hoy no logra ser comprendido por la ortodoxia conservadora, es la referida a la formación de precios, donde considera que interviene una combinación compleja de elementos objetivos y subjetivos y donde postulaba una concepción pionera del valor. “Ninguna cosa tiene su valor real, ni efectivo en sí mismo, sólo tiene el que nosotros le queremos dar; y éste se liga precisamente a la necesidad que tengamos de ella; a los medios de satisfacer esta inclinación, a los deseos de lograrla y a su escasez y abundancia”. Y aclara: “La agricultura sólo florece con el gran consumo, ¿cómo lo habrá en un país aislado y sin comercio, aun cuando se pudiese encontrar en el mundo como el que yo he propuesto? Así es, que los economistas claman por el comercio, que se atraigan a los extranjeros a los puertos de la nación agricultora, pues la prosperidad de aquellos debe contribuir a la de ésta; con ella se multiplican los hombres y, por consiguiente, los consumidores; éstas dan más valor a las tierras, y aumentan el número de los hombres que trabajan”.

Puede considerarse también el primer ecologista de la Patria, promotor de la rotación de cultivos, la forestación, la industrialización de la ganadería y sus derivados, algo así como el desarrollo de lo que en nuestro tiempo diríamos una economía doméstica “sustentable” respetuosa del medio ambiente. La sociedad perfecta era para Belgrano “aquella en la que se abolieran los fueros y privilegios en favor de la autonomía individual, la capacidad de decisión y la voluntad de producción”.

En muchas oportunidades, la lectura de Belgrano parece tan actual como cuando se ocupaba del plano internacional o del endeudamiento externo: “Cuando dos países comercian lo hacen a través de dinero, esa entrada de dinero repercute en el alza o la baja de la tasa de interés, la cual termina determinando el nivel de actividad del país. Así, un país que tiene una posición superavitaria del comercio exterior tendrá más dinero y su tasa de interés descenderá, lo que favorece aún más su producción. En cambio, un país deficitario en el comercio exterior tendrá menos dinero y su tasa de interés subirá, desalentando aún más la producción. Pero a su vez incorpora las consecuencias del pago de deuda de los déficit comerciales, concluyendo que no hacen más que atrapar al país deudor en una desindustrialización.”

Cualquier similitud con la realidad del siglo 21 no es mera coincidencia: “El pueblo deudor de una balanza pierde en el cambio que se hace de los deudores una parte del beneficio, que había podido hacer sobre las ventas, además del dinero que está obligado a transportar para el exceso de las deudas recíprocas, y el pueblo acreedor gana, además de este dinero, una parte de su deuda recíproca en el cambio, que se hace de los deudores. Así, el pueblo deudor de la balanza ha vendido sus mercaderías menos caro y ha comprado más caro las del pueblo acreedor, de donde resulta que en el uno la industria es desalentada, en tanto que está animada en el otro.”

No es casual que el pensamiento económico de Belgrano haya quedado al margen del conocimiento público, vilipendiado y malinterpretado. Después de todo se opone a  la ortodoxia reduccionista que, ciclo tras ciclo, nos ha llevado y nos lleva a una infinita sucesión de fracasos.

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